Adriana Arronte y la evolución de la materia (o ¿por qué huye el Conejo Blanco?)

Yudith Vargas | 2015

 

No existe cura infalible para la curiosidad. Ha sido bendecido el ser humano con el don de la duda, de indagar en incógnitas ancestrales cuya primigenia verdad subyace en recovecos de la memoria histórica. Delicados procesos han colocado al Hombre en un privilegiado sitio donde la realidad está sujeta al cambio: la materia –sustancia primordial de todas las Cosas- es y será esencialmente efímera. El propio Hombre ha entrado en un trance evolutivo que tarda ya varios millones de años. Dicha particularidad propone una interesante búsqueda de respuestas ante tanta metamorfosis invasiva que todo lo penetra, lo transforma, lo fortalece.

El decursar del tiempo altera no solo al atolondrado Conejo Blanco; él conoce o sospecha de la transitoriedad impugnada a los simples mortales. Y pasa de largo, nos agita en su desesperada carrera a destiempo, se nos escurre por la madriguera y no deja pistas. Un camino contrario a la precipitación contemplativa recorre la obra de Adriana Arronte (La Habana, 1980). Esta artista sabia construye microcosmos a partir de la hibridación coherente de morfologías, donde se mezclan cotidianidad y universalidad en la más sublime lírica formal: cambian, emergen, evolucionan. Captar el instante del tránsito a universos o estados desconocidos donde nada es estático, es un rasgo rector de la muestra personal de Arronte en la Galería Villa Manuela.

Cambio de Estado (enero-febrero de 2015) aúna varias piezas instalativas que se apropian del espacio galerístico sin asfixiarlo. La museografía propone un diálogo coherente entre el espectador y las obras, facilitando el proceso de recepción del mensaje artístico. Así pues, se nos revela Coronas, recordándonos del poderío monárquico -tal vez- y la sangrienta huella que tras sí suelen dejar los autoritarismos. No obstante, contrasta dicha violenta alusión con las delicadas disposiciones del líquido vital al golpear otra superficie, camuflándose entonces en imposibles tejidos donde se sospecha el imaginario iconográfico de Adriana Arronte: corazones, estrellas, ramas, espinas.

Por su parte, Deciduo deviene un ejercicio magistral que resume simbólicamente el paso a un estado otro, el momento exacto del cambio a partir de hojas secas finamente caladas cual encajes, en promesa del otoño recién estrenado.

Se trata de ver la realidad circundante con ojos más inquisidores y -¿por qué no?- fantasiosos. La calidad de los materiales seleccionados devela una profunda investigación de la artista, en tanto emisor de sentidos y sensibilidades. Ha empleado resinas, alpaca, porcelana con el objetivo de explorar las cualidades textuales del material/materia. Obras como Historia o Duelo revierten concepciones a priori del íntimo mundo hogareño a partir de vajilla y utensilios intervenidos. La artista los ha dotado con una nueva significación, los ha transformado en otros entes dignificados por su indagadora subjetividad.

Vale destacar la pieza que da nombre a la muestra Cambio de estado. Un enjambre de níveos insectos invade un oscuro rincón adueñándose del muro. El contraste cromático blanco-negro -además de atractivo visualmente- expresa en sí mismo conceptos básicos: bueno-malo, vida-muerte, cielo-infierno, luz-oscuridad, como alternativa a la lucha de fuerzas opuestas en la naturaleza; por otra parte, es un caso icónico de la transitoriedad y evolución del insecto y sus cambiantes ciclos vitales: huevo-larva-pupa-imago, en inexorable mutación.

Adriana Arronte se interesa en congelar instantes -que pudieran parecer fugaces- fraguándolos en la pasión contenida de lo efímero. Pareciera que dijese con una enigmática sonrisa y a media voz:

-¨No hay prisas, Conejo Blanco, la vida sigue su curso detengas o no tu acelerada marcha¨…